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Aquiles Nazoa, “El poeta de las cosas más sencillas”

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Cuarenta y un año se cumplen hoy de aquel fatídico 25 de abril de 1976, en el que -con apenas  55 años- fallecía el querido Aquiles Nazoa, en un accidente de tránsito ocurrido en la autopista Caracas-Valencia.

Este escritor, periodista, poeta, dibujante y humorista, uno de los máximos exponentes del costumbrismo nació en la barriada El Guarataro, de Caracas, el 17 mayo de 1920, origen del que siempre se mostró muy orgulloso.

Fueron sus padres Rafael Nazoa, jardinero de oficio, y Micaela González, dedicada a los trabajos del hogar. Tuvo una infancia “pobre, pero nunca triste”, según su propio relato, y fue el sostén de sus hermanos menores: Elba, Aída, Haydee y Aníbal, tras la muerte de su padre, cuando Aquiles solo tenía 18 años.

“He estudiado muchas cosas, entre ellas un atropellado bachillerato, sin llegar a graduarme en ninguna”, decía el mismo Nazoa en su autobiografía.

He ejercido diversos oficios, algunos muy desagradables, otros muy pintorescos y curiosos, pero ninguno muy productivo, para ganarme la vida. A los doce años fui aprendiz en una carpintería; a los trece, telefonista y botones del Hotel Majestic; y luego domiciliero en una bodega de la esquina de San Juan, cuando esta esquina, que ya no existe, era el foco de la prostitución más importante de la ciudad”, continúa describiéndose Nazoa, considerado el máximo exponente de la cultura popular contemporánea de Venezuela.

Estudió en la Escuela 19 de abril, entonces llamada Escuela Federal Zamora, ubicada en la parroquia San Juan, a una cuadra de la plaza Capuchinos de Caracas, donde solía pasar largas horas. Compartió sus travesuras escolares con dos grandes del arte del siglo XX: el pintor Héctor Poleo y el músico Evencio Castellanos.

En 1935 se desempeñó en el diario El Universal como empaquetador. Luego pasó al archivo de reproducción y de ahí se desempeñó como corrector de pruebas. En 1940, dio los primeros pasos en el periodismo como director del diario El Verbo Democrático, de Puerto Cabello, estado Carabobo, donde logró publicar sus primeros versos.

Sus inicios en la prensa fueron por menos espinosos. En el mencionado periódico publicó un artículo para criticar la indolencia de las autoridades locales en la campaña antimalárica, lo que le acarreó una demanda por el Concejo Municipal de la localidad, fue encarcelado y luego expulsado de la entidad. De regreso a Caracas, ingresó a Radio Tropical, pero como ascensorista.

Retomó el periodismo de la mano de Juan Beroes, quien lo llevó a trabajar al recién fundado Últimas Noticias. Tiempo después lanzó su columna A Punta de Lanza, publicó sus primeros poemas en el diario El Nacional, y como Jacinto Ven a Veinte participó con sus poemas Teatro para Leer en el semanario humorístico El Morrocoy Azul.

Fueron estas las primeras ventanas que dieron luz a los versos, genialidades humorísticas y textos agudos de este caraqueño.

Tras un breve período de exilio, entre 1955 y 1958, luego que la dictadura de Marcos Pérez Jiménez tomara El Morrocoy Azul, Nazoa fundó junto a su hermano la publicación humorística Una Señora en Apuros, y en 1960 dirigió la revista El Fósforo, según refiere una publicación sobre su vida y obra de la Universidad de Los Andes.

Ya para la fecha tenía en su haber las primeras publicaciones con alta influencia de la cotidianidad caraqueña. En 1945 lanzó “El transeúnte sonreído”; en 1950 los libros “El ruiseñor de Catuche” y Marcos Manaure, idea para una película venezolana.

Su prosa se expone en 1960 en el libro Caballo Manteca, y una década después sale su obra de máxima exaltación literaria: “Humor y Amor” de Aquiles Nazoa.

Títulos de gran arraigo popular, con una fórmula perfecta entre el humor y su prosa particular, convierten a Nazoa en un insigne comprometido con la conciencia crítica y defensor de las libertades del pueblo.

Siendo su más preciado bien “el único tándem o bicicleta de dos pasajeros que existe en Caracas”.

“Muchos de los comentarios que este extraño vehículo suscita al pasar junto a los grupos de echadores, me sirven a las mil maravillas para sazonar lo que escribo”, culminó así su autobiografía.


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